lunes, 21 de marzo de 2011

Declaración de intenciones

Hace tiempo que este blog dejó de ser aquello para lo que fue concebido. O yo dejé de ser la que lo empezó. En cualquier caso, su propósito ya se ha cumplido. No sé cuál era, así que no debía de ser gran cosa. Pero ahora se me queda pequeño. La moda ya no puede ser sólo una excusa. Ni la tele, ni el cine, ni el peinado de Zooey Deschanel en Novia por contrato (la mejor coleta a un lado de la historia del celuloide).



Así que hoy, 21 de marzo de 2011, declaro que voy a escribir aquí lo que me dé la gana. Me permito a mí misma saltarme las normas de mi propia cárcel y soltar lo primero que se me ocurra en esta pantalla.

Lo que precisa de un pergamino dotado de lo que sigue. Ya que declaro, con vosotros como testigos, que:

1. No tendré miedo de escribir aquí lo que pienso y quedarme en pelotas intelectuales ante la audiencia.

2. Dejaré de verter literatura barata en redes sociales que no tienen diskette para guardar los bonitos mensajes que allí se escriben, y la pondré toda aquí. Vuestros comentarios quedarán guardados para la posteridad. Los bonitos y los que no.

3. Daré señales de vida todos los días.

4. No tendré miedo/vergüenza de volver un día hacia atrás y leer lo que he escrito. Y seré un poco más perra.

5. ...había muchos más principios que poner pero si sigo poniéndome deberes, me quedo sin literatura para mi futura novela.




Es obvio que se avecinan cambios en mi vida. Creo que los estoy afrontando con valentía. O como me esta dejando la resaca del fin de semana. Una no puede evitar necesitar antestesiarse la cabeza a chupitos de vez en cuando. Sobre todo si su cabeza funciona como una lavadora/centrifugadora/secadora sin botón de stop a la vista.

En fin, echando mano del ELLE de este mes descubrí con felicidad que María Dueñas, señora, escritora y profesora por la que siento debilidad, iniciaba colaboración con la publicación. El tema: reinventarse. María, el día que te conozca, te como a besos.

Entre unas cosas y otras, el artículo me vino al pelo para dicharachear sobre el tema con mis dos actuales mellizas, la señorita Hannf y la señorita de Granvar. Para animar la charla degustamos un café y un cruasán de jamón y queso en una céntrica plaza de la capital donde a mi perro le gusta hacer caca y los modernos pasean vaqueros tan estrechos que auguro una generación de futuros modernos bastante escasa en número.




Y mientras la capacidad de reinvención, de la que las 3 sabemos bastante, dejaba llevarse nuestra mañana dominguera, les recordé algo muy relacionado, la serie imprescindible de mi semana: The Big C.






No me hacen ni caso y no tengo con quién comentarla, pero me da igual. No será ni la primera ni la última vez, en el fondo disfruto bastante de mis gustos solitarios. Al caso; la C es la c de Cáncer y aunque la protagonista sea chica, uno, por tener pito, no se pierde nada por descubrirla, por si alguno lo duda.



Con este de aqui arriba, muchos se sentirán identificados.


El susodicho cáncer es el que permite a su sufridora descubrirse y conocerse por fin y de una vez por todas...a los cuarenta y muchos. A mí me lo permitieron (bastante años antes, ejem) un par de divorcios. Uno mío y otro no, pero viendo la serie lo del cáncer se intuye mucho más rápido y efectivo y yo creo que todo el mundo debería tener uno.





The big C: para todos aquellos que no quieran ir al psicólogo pero su entorno esté muy a favor de que lo hagan. El efecto es parecido. Laura Linney está espectacular. La capacidad de reinvención es una constante temática. Y la escena final del capítulo piloto, donde Cathy le cuenta todo lo que nadie sabe al perro de la vecina, aunque me incline hacia ella por motivos obvios propios, es GENIAL. A veces, sólo un perro puede soportar tus lágrimas.




Sobre personas inmovilistas, gente que no cambia, gente que no quiere que cambies, gente a la que le asustan los cambios y gente que no se va a reinventar en su vida...en otra entrega de la nueva saga Indiscreta.

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