Desde hoy ningún lunes volverá a ser igual. Recibir la semana con un masaje de chocolate en las carnes y un masaje de piedras de algún sitio exótico en la, en ese momento, muy relajada cara, convierte el resto de mis lunes en infiernos que me hacen preguntarme cómo sigo viva.
Por suerte me había comido una chocolatina antes, porque si que es verdad que te dan unas ganas locas de lamerte el brazo en público y claro, tampoco es plan. Aún así, mi masajeadora oficial me ha comentado que había visto algún hombro con lametones.
En fin, mientras se me caía la baba pensé que mi nuevo objetivo en la vida era vivir esa experiencia cuando me diese la REAL gana. Es decir, tengo varias opciones: ser rica, tener mucho dinero y que mis arcas rebosen de monedas de oro. Y que cada sábado por la mañana, tras una cervecita de más, cuando entra la luz por mi ventana, en lugar de ser un molesto rayo de sol que se me ha colado por el antifaz, se trate de una vela portada por un indio que viene a masajearme los pies, seguido de un enano cargado de fanta naranja y hamburguesas con queso cheddar recién hechas. Después, un asiático que habla en un idioma que no entiendo traerá mi tarta favorita de postre, para que me la tome después de mi digitopuntura facial.
Y así tanto los sábados de resaca como los lunes del terror serán días maravillosos, y mi vida,con ellos, una dulce travesía.
Y yo, que siempre he querido ser miles de cosas, hoy sólo quiero ser ella. Ayuda, por favor.
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